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Mostrando entradas de 2008

La Casa del Voodoo

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T e digo que los entreveía, que Nora hablaba con él desde el suelo, y entre cobras, vacas y gatas de yoga coqueteaba con él, sí, con su marido, Monsieur Didier Py. No, sí se puede coquetear con el propio marido, si él te dice, mi ratita, mi ardillita, y ella dice no, esta es la cobra y esta la vaca y esta la gata, y él, mi hamstercito, ¿qué vas a traer en tu zurrón en este día tan arduo de trabajo que te espera? En Navidad no puedes traer los mismos regalos que traes durante el año, y ella se restriega contra él como un gato, porque él está siempre de pie con el brazo extendido y la mano floja, como un arzobispo, y ella alisándose el pelo con la mano de aquél, si esto no es coquetear, o mandar a paseo a todas las neuronas de un ser humano, dime qué es. Pues con esta escena me recibió, por así decirlo, Nora. Tuve un aperitivo de lo que era su vida, que me imaginaba, conociendo la altivez de su cónyuge, y la automática pleitesía de Nora ante los hombres. Pero, oye, tras esta pantom

De vuelta, en el tranvía Cementerios

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D eberían prohibir el ferrocarril, por brujo. En él los árboles corren, las gotas de lluvia arañan, moribundas, los cristales y los trenes contrarios aúllan en una explosión de silencio. Mientras, sus pasajeros, sonríen inconscientes, sonríen, en la creencia de que nadie intuye sus tenebrosos pensamientos. En un tren no sólo se conciben sino que se urden en detalle, asesinatos, infidelidades, venganzas, sueños. Stanley Kowalski, norteamericano de ascendencia polaca, coge un tranvía llamado Cementerios a esa hora en que las botellas, vacías de su espíritu, vagabundean por las calles, las estrellas se difuminan y las farolas cuentan su último baile. Acaba de nacer su primer hijo, pero Stanley regresa a casa a dormir. Allí le espera Blanche, su cuñada, y nunca mejor dicho, ¡no sabe lo que le espera! Asiente con la cabeza al vaivén del tranvía. Le había tirado a la cara a esa zorra, boquita de pitiminí, sus billetes de vuelta a Laurel, para que también la echaran a patadas de su ciudad, po

¿Quién ha mojado las alas a la mariposa?

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U na mariposa no sólo vuela, más bien perfuma el aire con sus colores. Su vuelo es ligero, inconsciente, como el flotar de las pompas de jabón. Una mariposa puede morder una flor agitando sus alas cual destellos, detener el tiempo mientras se deja traspasar por un rayo de sol o adornar un árbol. Su función en la vida es una oda a la hermosura. En cambio un día, su vuelo se vuelve pesado, y parece arrastrar una cadena. Entonces el insecto salta, tira de su frágil cuerpo, se esfuerza a derecha, a izquierda, cansado, pero sus alas parecen impregnadas de nostalgia. ¿Quién ha mojado las alas a la mariposa? S ohara saltaba a la comba, a pies juntillas, alternando los pasos, rápido, despacio. La canción que se repetía a sí misma se le entrecortaba entre los dientes. Era alegre, lo importante era sentirla. Su respiración arrollaba la letra pero la melodía repicaba en sus pulmones, en sus oídos y le hablaba de él, de Raúl, que la esperaba en Madrid cuando terminara el vera

Tocino de cielo

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D emasiado tocino. Raudo, inapelable, obsesivo; Éste fue el primer pensamiento que le pasó por la mente a Ignatius J. Reilly: demasiado tocino. Y no sería para nada insólito si no viniese de uno que no ha follado en los últimos 32 años (es decir, nunca) al percatarse que la mano de una joven recaía sobre su orondo muslo. Cuaderno del Gran Jefe y gorra de cazador en mano, adoptó una postura tiesa y estática mientras que aquella chica se agarraba al interior de su muslo, lo acariciaba distraída o le daba pequeños golpecitos con sus dedos. Esto delante a la inmensa multitud que aquella mañana de diciembre encontraba refugio en el café ardiente de PJ’s. Tal vez sentía temor. Decía Oscar Wilde que cualquier cosa se convierte en un placer cuando se hace demasiado a menudo, y aunque el escritor inglés se refería a oscuras actividades tales como el estupro, el asesinato con saña, la pederastia, el sexo en Ignatius J. Reilly no podía dejar de ser algo igualmente bestial, por ávido y retorcido.