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Mostrando entradas de 2009

Una buena boda

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B icho gafoso de mierda , me dijo un día y yo pensé, carcamal. Eso sí, a la semana un lasik exzimer había puesto fin a mis lentes. Oso hormiguero de mierda, y yo para mí, vejestorio, pero en un santiamén lucía una natural rinoplastia. Lo decía por el vello, ¡foto depilación! Ballena sebosa de mierda y yo, catafalco y corriendo liposucción, y posterior radiofrecuencia y vacunterapia para evitar brazos de murciélago…¡Y de repente, surgió la Venus que había en mí! Así que, cogí a Matusalén y le dije: --Evitemos el divorcio contencioso, a la vista está lo que me has hecho pasar. Mi madre se equivocaba, hay algo mejor que una buena boda.

Hilando el cielo

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N i subido a una escalera conseguiría besarte. Por ello, me agarro al extremo del cordel de la melodía que entonas y vuelo suspendida en tu voz de seda. Una brisa me envuelve, me eleva. Estiras un sol, eterno y yo veo cometas en el aire, hilando el cielo. Tus manos me hipnotizan como embrujan al Ariodante de Haendel haciendo flotar sus hojas, al roce de tus manos. Me trenzas con tus manos. Vuelvo a mi partitura, una misma melodía desde la que espiarte. Ya bajo los escalones de mi clavicémbalo goteando como lluvia que muere, y de repente, pulso esa nota, si bemol, donde por fin coincidimos. ---------------------------------------------------------- Para dar una mayor vida al blog, Cabrastú ha decidido participar en el concurso “Relatos en Cadena” de la Cadena Ser. A pesar de que los microcuentos que participarán en el concurso no compartirán el espíritu del blog de promover las novelas clásicas o menos conocidas a través del plagio creativo, Cabrastú considera el concurso un ejercicio

La mujer cerilla

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D e desesperación se le caía el pelo. El lavabo del baño, viejo y amarillento, no mentía: aquellos espaguetis al nero di seppia eran suyos. Salió del aseo con una mano en la cabeza y sin despegar la mirada del suelo anunció a su colaboradora que iba a un recado, llegaría para el comienzo de la clase de escritura. Este señor, un editor de los de pelo largo y barba raída, gafas de patillas abiertas, zapatos arrugados, chaleco deslucido y pantalón roto, no muchos años atrás vivía en un paraje de nombre Isola. Lindaba la edad de los sesenta años, era de complexión nervuda, carne ajada, y huraños ojos. De la casa editorial le quedaban una Fact totum dulce y paciente, una becaria irascible y caprichosa, un flexo impresentable -“genu-flexo”, de tan exagerada reverencia- y una aspiradora que devorada todo su saber: una plétora de pelos. Es bien sabido que la vida de todo buen editor ha de ser bohemia, y la de éste, sin jactarse lo era y mucho. Aparte de estos enseres y colaboradores, este

Muerte a los zánganos

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E n un chalet Levitt, es decir, en una casa que quiere prometer la paz, jovialidad y grandeza de las zonas residenciales de Estados Unidos, se ha organizado el sepelio de Gustavo Buñesh. Probablemente contagiado por la casa, el ambiente es americano de postín: niñas con lazos, pelo liso claro, vestido y rebeca, niños con pantalones cortos de vestir y camisa, mujeres rubias con caras largas como lechugas y hombres robustos como toros, inflados como sus SUVs. Estos son los invitados que se han reunido entorno a un féretro de buen nogal y brillante raso que reposa en el salón. Es verano y las ventanas abiertas hacen volar las cortinas como almas. Es lo más que se mueve en ese salón, los grupillos cotillean haciendo caso omiso al muerto. Se acerca una tormenta. Tecla coge del brazo a Sofia y la arrastra hasta la biblioteca. No va bien vestida, lleva un jersey de punto dos tallas más grandes de lo que le correspondería y un pantalón de lino muy arrugado. Probablemente su pel