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Mostrando entradas de julio, 2009

La mujer cerilla

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D e desesperación se le caía el pelo. El lavabo del baño, viejo y amarillento, no mentía: aquellos espaguetis al nero di seppia eran suyos. Salió del aseo con una mano en la cabeza y sin despegar la mirada del suelo anunció a su colaboradora que iba a un recado, llegaría para el comienzo de la clase de escritura. Este señor, un editor de los de pelo largo y barba raída, gafas de patillas abiertas, zapatos arrugados, chaleco deslucido y pantalón roto, no muchos años atrás vivía en un paraje de nombre Isola. Lindaba la edad de los sesenta años, era de complexión nervuda, carne ajada, y huraños ojos. De la casa editorial le quedaban una Fact totum dulce y paciente, una becaria irascible y caprichosa, un flexo impresentable -“genu-flexo”, de tan exagerada reverencia- y una aspiradora que devorada todo su saber: una plétora de pelos. Es bien sabido que la vida de todo buen editor ha de ser bohemia, y la de éste, sin jactarse lo era y mucho. Aparte de estos enseres y colaboradores, este