Truman Capote, magistral camaleón
Una
nueva cita del club de lectura, la de marzo, nos reservaba una clase magistral,
teórica y práctica, de la literatura y estilo del genial Truman Capote. Y es
que el libro Música para camaleones publicado por Anagrama lo es ya de por
sí.
La
parte teórica corresponde al prefacio, donde Truman se desnuda y habla abiertamente
de lo que es la literatura para él: un noble pero implacable amo. Dios concede
un don pero con él viene también un látigo, cuyo uso es exclusivamente la
autoflagelación, confiesa el escritor. De hecho él dice sentirse como un tahúr,
un jugador de cartas que no sabe si vencerá la partida. Capote sabe tener el
dominio de la técnica, él que ha ensayado todos los días durante 14 años de su
infancia como lo haría un estudiante de violín, pero, ¿dónde reside el genio?
Le atormentaba
la idea de que la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte es sutil
pero brutal. Y fue en aquel divagar que descubrió su estilo: la novela
periodística debería tener la credibilidad de los hechos, la inmediatez del
cine, la hondura y libertad de la prosa, y la precisión de la poesía.
Truman contrapone la verdad literaria a lo realmente
cierto. Esto último sería el periodismo, aquel que da respuesta a las cinco
"w" anglosajonas que en castellano serían Qué, Quién, Dónde, Cuándo,
Cómo, mientras que la verdad literaria introduce lo novelesco para hacer lo
real aún más verosímil. Hechos, personajes, lugares, todo es real pero además Capote
hace que el lector "entre" en el ambiente, con olores, sensaciones.
Utiliza unos diálogos casi teatrales, incluso con acotaciones típicos de este
género en el caso de Ataúdes tallados a mano, haciendo su
escritura más real.
En el
caso de este relato largo, que en cierta medida es parecido a su famosa novela A
sangre fría por tratarse en ambos casos de investigar un crimen que él
mismo iba descubriendo a medida que escribía la novela, Capote se sitúa a la
par del lector, parece que pudiéramos dialogar con él para intercambiar
pareceres sobre quién es el asesino, o cómo sucedió, o las razones del mismo.
En A sangre fría, en cambio, el
narrador desaparece, es una cámara que va mostrando sus descubrimientos para
que el lector vaya juzgando. La genialidad de Truman reside en esto, en haber
creado este enfoque testimonial que convierte al lector en un observador
subyugado y activo de frente a la novela.
En
cualquier caso, lo real condiciona el ritmo y hace verídico el relato
documental. A veces este ritmo parecerá ineficaz y lo sería, si no fuera porque
lo que se está narrando sucedió así. Lo mismo sucede con los finales de estos
relatos, que a veces defraudan, pero es así, a veces las consecuencias de nuestros
hechos se desvanecen sin más. La realidad es una camisa de fuerza pero al mismo
tiempo es parte del placer estético de estos relatos. Les hace fascinantes, en mi opinión.
No
quiero desvelar nada más de los relatos de Música para camaleones pero en ellos
encontraremos magníficos icebergs (como el relato que da título al libro),
estrellas que se hacen palpables, Marilyn Monroe, o casi teatro como en Vueltas
nocturnas o Experiencias Sexuales de dos gemelos siameses en el que el mismo
Capote habla con su otro yo. Relatos magistrales, que como parte práctica de esta clase, van
desgranando la vida, en su poesía, en su miseria, en su fugacidad.
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