Perú de Gordon Lish: compulsivamente visual, esquizoide, hipnótico
El narrador comienza
diciendo “ No hay nada que no te diré si puedo pensar en ello” y como un flujo
de consciencia empieza lentamente a evocar de manera ambigua, obsesiva y con
una rara sensualidad o morbosidad sensaciones, personajes y episodios
vinculados a este asesinato.
El tema principal de esta
novela es la memoria, o mejor dicho, la memoria de la memoria misma. Aunque no
se trata de un memoria analítica tipo la de Proust en “En busca del tiempo
perdido”, sino que se trata de una memoria involuntaria que establece un juego
medio “sádico” con el lector vendiéndole la idea de encontrar el sentido de
este asesinato. Como subtemas podemos
encontrar el mundo egoísta del niño, su solipsismo -- como dice el propio
narrador “Yo era como Dios”--, su amoralidad, al no estar plenamente capacitado
a hacer juicios de valor, a ser culpable. El pensamiento mágico de los niños
que da personalidad a los objetos, la posesividad. Otro tema recurrente es el
estatus socioeconómico, el complejo de inferioridad del protagonista frente a
su adinerado vecino, así como la sexualidad, el deseo que también se
materializa hacia las personas y los objetos pertenecientes a su amigo rico.
Todo ello conforma un narrador trastornado que
narra este asesinato atroz con indolencia y con voyerismo, --incluso por parte
de la víctima que dice, según el narrador, “No hacía falta que me mataras”--.
¿Cómo consigue Gordon
Lish hacernos partícipes de este vívido episodio? A través de una prosa
balbuciente que lo hace veraz, un registro retórico conversacional que
interpela al lector y un exceso de memoria que hace al relato, a la vez,
compulsivamente visual, esquizoide, hipnótico. Lish también juega con el
realismo sucio. Viste al relato de autobiografía, con él como protagonista de
un asesinato que en realidad tuvo lugar. Del mismo modo, empieza la novela, y
da título a ésta, con el protagonista que ve en la televisión cómo varios
convictos de una cárcel de Perú se matan a cuchilladas en un tejado de la
prisión, suceso también éste verídico. La misma indolencia con la que ciertos
episodios dramáticos pasan ante nuestras narices en la televisión, es la que
sugiere el narrador para su asesinato, el mismo silencio –estaba viendo la
televisión en mute--, el mismo ritmo, la misma coreografía de miembros que se
vencen, de los cuerpos al caer. La sangre bañando las heridas. Veremos a un
narrador que recuerda las rimas que hacía en el colegio en la clase de lengua y
que parecen componer la partitura de la vida, y de las muertes. Es ritmo, es
pauta, secuencia lógica, en la cabeza de este particular narrador. El tratamiento del tiempo es raro y
desagradable, elíptico que va y vuelve una y otra vez al estilo de Thomas
Bernhard. Podría decirse que Lish es “oulipico”, ha buscado sobre todo una
estructura literaria. Todo el libro trata del asesinato de este niño, un suceso
que habrá durado escasos 5 minutos. En cambio es este tratamiento tan
particular el que nos coloca a todos nosotros en ese parque de arena.
Al igual que el
protagonista de nuestro anterior post, Truman Capote, Gordon Lish también hace
una literatura exigente que pide la interacción del lector. Lish no está tan
interesado en la simple narración de hechos sino en crear puertas que hagan al
lector entrar en su texto. El valor de esta novela no está en la trama sino las
sensaciones que produce, las reflexiones que provoca. Es vivencia, es ficción
que se hace realidad en nuestra piel, en nuestra cabeza.
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