Perú de Gordon Lish: compulsivamente visual, esquizoide, hipnótico


Un accidente sufrido por el narrador cuando llevaba a su hijo a un campamento de verano le transporta a un mes de agosto cuando niño, con seis años, mató a un coetáneo jugando en el parque de arena del jardín de la casa de su adinerado vecino. Resumido así, Perú de Gordon Lish podría parecer una confesión, pero no lo es. Es inquietante. Es una invitación a sumergirte en aquel asesinato tedioso, pegajoso y pausado como un día de agosto.

El narrador comienza diciendo “ No hay nada que no te diré si puedo pensar en ello” y como un flujo de consciencia empieza lentamente a evocar de manera ambigua, obsesiva y con una rara sensualidad o morbosidad sensaciones, personajes y episodios vinculados a este asesinato.

El tema principal de esta novela es la memoria, o mejor dicho, la memoria de la memoria misma. Aunque no se trata de un memoria analítica tipo la de Proust en “En busca del tiempo perdido”, sino que se trata de una memoria involuntaria que establece un juego medio “sádico” con el lector vendiéndole la idea de encontrar el sentido de este asesinato.  Como subtemas podemos encontrar el mundo egoísta del niño, su solipsismo -- como dice el propio narrador “Yo era como Dios”--, su amoralidad, al no estar plenamente capacitado a hacer juicios de valor, a ser culpable. El pensamiento mágico de los niños que da personalidad a los objetos, la posesividad. Otro tema recurrente es el estatus socioeconómico, el complejo de inferioridad del protagonista frente a su adinerado vecino, así como la sexualidad, el deseo que también se materializa hacia las personas y los objetos pertenecientes a su amigo rico. Todo ello conforma un narrador trastornado que narra este asesinato atroz con indolencia y con voyerismo, --incluso por parte de la víctima que dice, según el narrador, “No hacía falta que me mataras”--.

¿Cómo consigue Gordon Lish hacernos partícipes de este vívido episodio? A través de una prosa balbuciente que lo hace veraz, un registro retórico conversacional que interpela al lector y un exceso de memoria que hace al relato, a la vez, compulsivamente visual, esquizoide, hipnótico. Lish también juega con el realismo sucio. Viste al relato de autobiografía, con él como protagonista de un asesinato que en realidad tuvo lugar. Del mismo modo, empieza la novela, y da título a ésta, con el protagonista que ve en la televisión cómo varios convictos de una cárcel de Perú se matan a cuchilladas en un tejado de la prisión, suceso también éste verídico. La misma indolencia con la que ciertos episodios dramáticos pasan ante nuestras narices en la televisión, es la que sugiere el narrador para su asesinato, el mismo silencio –estaba viendo la televisión en mute--, el mismo ritmo, la misma coreografía de miembros que se vencen, de los cuerpos al caer. La sangre bañando las heridas. Veremos a un narrador que recuerda las rimas que hacía en el colegio en la clase de lengua y que parecen componer la partitura de la vida, y de las muertes. Es ritmo, es pauta, secuencia lógica, en la cabeza de este particular narrador.  El tratamiento del tiempo es raro y desagradable, elíptico que va y vuelve una y otra vez al estilo de Thomas Bernhard. Podría decirse que Lish es “oulipico”, ha buscado sobre todo una estructura literaria. Todo el libro trata del asesinato de este niño, un suceso que habrá durado escasos 5 minutos. En cambio es este tratamiento tan particular el que nos coloca a todos nosotros en ese parque de arena.

Al igual que el protagonista de nuestro anterior post, Truman Capote, Gordon Lish también hace una literatura exigente que pide la interacción del lector. Lish no está tan interesado en la simple narración de hechos sino en crear puertas que hagan al lector entrar en su texto. El valor de esta novela no está en la trama sino las sensaciones que produce, las reflexiones que provoca. Es vivencia, es ficción que se hace realidad en nuestra piel, en nuestra cabeza.

 Y, ¿ quién es este Gordon Lish? También llamado Capitán ficción por los numerosos autores de los que ha sido editor (Don DeLillo, Ozick, entre otros) es el artífice del carácter minimalista de la prosa de Raymond Carver al que aplicó agresivos recortes cuando trabajaba en Esquirre. Parece mentira que quién catapultó a la fama a Carver haya permanecido en la sombra, por ello desde aquí, os invitamos a que entréis en la desconcertante y magnética prosa de Gordon Lish.

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