¿Quién ha mojado las alas a la mariposa?


Una mariposa no sólo vuela, más bien perfuma el aire con sus colores. Su vuelo es ligero, inconsciente, como el flotar de las pompas de jabón. Una mariposa puede morder una flor agitando sus alas cual destellos, detener el tiempo mientras se deja traspasar por un rayo de sol o adornar un árbol. Su función en la vida es una oda a la hermosura.

En cambio un día, su vuelo se vuelve pesado, y parece arrastrar una cadena. Entonces el insecto salta, tira de su frágil cuerpo, se esfuerza a derecha, a izquierda, cansado, pero sus alas parecen impregnadas de nostalgia. ¿Quién ha mojado las alas a la mariposa?

Sohara saltaba a la comba, a pies juntillas, alternando los pasos, rápido, despacio. La canción que se repetía a sí misma se le entrecortaba entre los dientes. Era alegre, lo importante era sentirla. Su respiración arrollaba la letra pero la melodía repicaba en sus pulmones, en sus oídos y le hablaba de él, de Raúl, que la esperaba en Madrid cuando terminara el verano. No pensaba en nada más, bueno sí, que el horizonte también saltaba y el sol se mecía en su rostro, dónde si no. Así había pasado su primera tarde en Femés, un pueblecito que vivía a la sombra de una palmera seca, una palmera que escondía el cadáver de un forastero, un forastero que llegó con ilusión. Pero en Femés suceden cosas y el extranjero no es bienvenido.

-- ¡Salta, salta Mararía, que esta muriendo el día!, ¡Salta, salta Mararía, que esta muriendo el día!-- Sus primas la recibieron con esta tonada.
Sohara se detuvo en seco y las miró: Cinco urracas, se dijo sonriendo en lo más profundo de su ser. Las cinco chicas iban envueltas en grandes trapos negros que sólo dejaban ver sus rostros. Sus ojos y sus dientes brillaban, pero no con un destello vivo sino con un titilar de clara de huevo, de ojo de pez muerto. Eran feas.

-- Hola, ¿sois mis primitas, verdad?-- Sohara utilizó el diminutivo para hacerse más afable, pues sabía la impresión que causaba en las otras féminas y sonrió con lo que pareció ser dulzura. Estaba aterrorizada, así, de repente, sin más. La calima de la isla no le daba buen auspicio, borraba el paisaje.

De Femés se contaba que era de la misma naturaleza que las dunas, es decir, que se movía, y por lo tanto, los malpaíses un día crecían a occidente, a las llanuras de jables y caliches les salían jorobas aquí y allá y, lo que era peor, la Piedra Negra se te podía plantar delante sin avisar, con todo lo que ello conllevaba. Se decía que la arena de Femés era el diablo y ese monolito, su templo, que los hombres del pueblo vivían en un letargo perenne y las mujeres deambulaban como bandadas de pájaros, esquivas y recelosas.

-- Socorro, Remedios, Dolores, Milagros, Visitación. -- Visi, como en la escena que evoca su nombre, con solemnidad y premonición, enumeró el rosario de vírgenes que eran sus hermanas y marcó un silencio mortuorio.

Sohara sintió un escalofrío viendo a aquella niña de corta edad y canija dominar aquel grupo. Podía leer en aquellos ojos de liendre su determinación y, en cierta medida, su precoz maldad. Visi, oliendo el miedo en la recién llegada hizo una mueca que debía ser una sonrisa, pues enseñó dos paletas grandes de dientes, y pronunció adagio:

-- ¿Te crees muy guapa, verdad?
En aquel instante, los cinco cipreses se replegaron entorno a ella:

— Tu fama te ha precedido.

Visitación empezó a tirarle de las coletas, llamando a duelo, sin duda. Sohara se apartó empujándolas pero Socorro la tomó del brazo:

-- No la hagas caso, es pequeña y nunca había visto un pelo de color ocre. ¿Sabes? Aquí las mujeres somos todas iguales, bueno todas menos una.

Sohara tragó saliva, tenía que tranquilizarse, eran sus primas. Socorro parecía normal. Eran aquellas túnicas lo que le daban miedo, seguro que eran niñas como ella.

-- Sí, pero esa “una” ya está muerta. -- Añadió Visitación tirándola una vez más del pelo.

-- ¡Basta, Visi! -- Socorro intentó moderar el ambiente. --Mi madre me ha dado dinero para que nos compremos unos dulces, ¿vienes?

Sohara asintió con la cabeza e intentó establecer algún tipo de complicidad con Remedios, Dolores y Milagros. No hablaban y tenían una mirada mansa, como de vaca, a decir verdad. Necesitaba entablar algún tipo de comunicación. Las volvió a mirar, pero estas tres parecían ligadas como los muñecos de un futbolín, de hecho sus facciones parecían burdamente dibujadas y estáticas. Sohara decidió que al menos de esas tres no tenía que preocuparse, si es que su congoja tenía razón de ser alguna. Lanzó un atisbo rápido con el rabillo del ojo: tris de espárragos trigueros, lánguidos y renegridos, olvidados en una sartén, pero las otras dos seguían poniéndola nerviosa.

Socorro había indicado hacia dónde se encontraba la taberna del pueblo pero dejaron que Sohara caminase delante. Así, formaron una hilera pisando su sombra, se reagrupaban y bailaban tras ella como urracas. Cuando Sohara se giraba para verlas, ellas se desplazaban al lado opuesto, como la cola de un perro que no quiere ser mordida. Volviendo al frente, la mirada de Sohara se topó con la de un hombre. Estaba apoyado en el quicio de una puerta. Más que delgado era chupado, con la carne que le resbalaba como la lava de un volcán, la barriga un poco inflamada, probablemente de tanto vino de Uga como bebía:

-- Me habían descrito al hombre, con ojos de ratón, negros, cabezas de alfiler…-- El hombre enumeraba una letanía sin fin.

Cuatro metros más adelante, sentado en la acera de enfrente, otro hombre, con pelo aceitoso, escaso y largo y moscas aposentadas en su cara contaba esa historia haciendo aspavientos con las manos:

-- Un hombre con un diente arriba y otro diente abajo...—El espejo de aquel otro hombre repetía la misma retahíla maléfica.

Socorro se anticipó a la pregunta y explicó que todos los hombres de Femés vivían idiotizados por la cuerva, la Mararía. Estos dos, llamamos Atalaya y Tinazor pues nadie conocía sus verdaderos nombres, eran dos forasteros que se interesaron por la Mararía y acabaron así.

--Claro que podían haber terminado bajo la palmera… dinos—afiló la voz Socorro en esta última frase.
De repente había jalado con fuerza por el brazo a Sohara y le clavaba las uñas:

-- ¿Sabes de que hombre hablan y sabes lo que ello conlleva, verdad? Es cómo empezaba la historia de la cuerva. La descripción de ese hombre es el preludio de la tragedia de la Mararía. Vamos, sigue, Sohara, veo que te la sabes muy bien esta historia: “un hombre con bigote grande, espeso, de puntas afiladas…”

Un hormigueo eléctrico recorrió las extremidades de Sohara:
-- ¿Un hombre con un pie descalzo y otro calzado…Pedro…Pedro el Geito?…-- balbuceó.
Sohara empezó a gemir y con sus ojos ahogados en lágrimas imploró una respuesta: ¿de dónde le había llegado aquel nombre, del beso de la arena, tal vez, del viento de Femés, del destino? Fue entonces que la vio, alta como una torre, alargada como una sombra, fría y perentoria como la última campanada antes de una ejecución popular: una Inmaculada tétrica, vestida de negro, una bruja, la de Femés, la Mararía. Llevaba una túnica larga y pesada que cubría allá donde el fuego había reservado. Así, resaltaba su rostro ceniciento y enjuto en el que dos ascuas bailaban como una llama sin aceite; una danza agotada y fugaz, como su pasada belleza. Sohara echó a correr.

-- ¡Tienes mala espina, Sohara, no busques más respuestas!
Sus primas arrancaron con un espasmo fulminante y en un santiamén ocupaban toda la plaza. Pisaban con fuerza el suelo levantando una polvareda bermellón. La hicieron correr de lado a lado asfixiándola mientras Visi y Socorro gritaban:

-- ¡La Mararía, la cuerva, te atrapará con sus garras de milano y se comerá tus ojos como si de lombrices de tierra se tratara!
El cielo, partícipe, desteñía hebras de azafrán encendido con un rojo derramado. Sohara no podía más, tenía el corazón agarrado a su garganta. Acorralada se lanzó de rodillas delante de Remedios, Dolores y Milagros, aquellas tres efigies impertérritas, aquellos juncos flemáticos de ojos calmos.

Magno error, no era serenidad, sino la resolución del que no decide pero ejecuta: un chasquido de los dedos de Visi y las tres impávidas se lanzaron sobre Sohara como jabalíes hambrientos:

-- ¿Te crees más que nosotras con tu pelo al descubierto y tus aires de ciudad, verdad? Exhibicionista, quieres engatusar a los chicos, hipnotizarlos, como hizo la Mararía, convertirlos en zombis…
El primer grito de Sohara divirtió a Visi.

--Mi madre dice que la Mararía sólo se iba con los forasteros, la muy guarra, como si nuestros hombres fueran menos.
La resabiada niña supervisaba el canibalismo de los tres falsos rumiantes como quien espera que el agua hierva.

-- Así todos los del pueblo suspiraron por ella sin conseguirla y tuvo un hijo, la muy cochina, sin casarse y Femés se lo devolvió en la bahía de los ahogados, flotando.
Remedios, Dolores y Milagros hacían ruidos grotescos en su carnicería. Habían arrancado el pelo de Sohara como quien limpia mejillones, con tirones tenaces, a dos manos. Machacaron su cabeza contra el suelo repetidas veces cual coco maduro. Le arrancaron las pestañas, arañaron, mordieron y disfrutaron enormemente cuando vieron que Sohara volvía en sí negando con la cabeza. Fue entonces cuando Socorro hurgando bajo su manto paso el instrumento a Visi:

--Tu turno, sacerdotisa.
Sohara notó como la quitaban las bragas.

En sus párpados vio a la Mararía, que parsimoniosa, se le acercaba. Con un gesto lento alzaba una mano, hermosa y delicada como el pétalo de un rosa, y dejaba caer una cerilla sobre su túnica. Comprendió la tristeza del corazón de la Mararía, su vida plagada de odios y rencores. Había sido conquista para los hombres, envidia para las mujeres, madre soltera huérfana de hijo, y todo por culpa de su belleza. En su sueño de huir de Femés a través de los forasteros, encontró su cárcel y se aisló en la más árida soledad.

Sohara notó como le caían salivazos, al ritmo de guarra, guarra y cochina, en su cara, en su sexo apenas cubierto de un sucinto plumón, por doquier, pero los confundía con el avanzar del fuego por la túnica de la Mararía. La de Femés no se inmutó, resignada a su suerte, pero Sohara era distinta, luchó por abrir los ojos y dijo:

--Yo no soy la Mararía.
--¡Oh sí, si que lo eres, tú y tantas, y merecéis la muerte!
Sin más cavilaciones Visi empuñó la flauta dulce que le había pasado Socorro y penetró a Sohara con violencia.

Ora, con las alas mojadas, el insecto se convulsiona, resbala, patina. Los brazos se le caen una y otra vez pero no se da por vencido. En el cielo siguen floreciendo amapolas, y la mariposa sabe que las alcanzará, con un ímpetu nuevo pero sin dejar nunca de embriagar pistilos y de iluminar árboles. ¿No dejaría acaso de ser una mariposa?

Comentarios

Zomas Osborn ha dicho que…
Vaya, veo que al fin lo has conseguido. Bienvenida al mundoBlog!!! Solo hay una pega... esto engancha.

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