La medusa bicéfala


--Júrame que no follaras nunca más con otras, o nuestra historia ha terminado

Esto es lo que me dijeron las gemelas Elke y Anna mientras me ofrecían el habitual té. Todavía recuerdo como agarraba esa taza ardiente absorta en el tentativo de entender aquella denuncia. Yo tenía 18 años.

Elke y Anna, las conocía desde tiempo, exactamente desde cuando comencé mis clases de alemán, 4 años atrás. Siempre había querido aprender un segundo idioma extranjero, así cuando encontré en el buzón la publicidad de una señora que daba clases a 5 minutos de distancia, no lo dudé un instante.

Las clases siempre comenzaban con un tonificante té que sus hijas, tres años más jóvenes que yo, me servían en la cocina en una taza con dibujos estrictamente tiroleses, a veces estilo vaca, otras con ocas de pico amarillo limón y lazos azules al cuello, este tipo de cosas de delicado gusto germano. Durante aquel breve ritual nunca intercambié grandes palabras con las gemelas y siempre salía de la cocina con la misma impresión. Elke y Anna eran las gemelas más idénticas que jamás hubiese visto el ojo humano y no sólo en términos físicos sino de comportamiento también. De hecho, cuando hablaba con ellas era como jugar al tenis, yo contra dos contendientes. No hablaban nunca entre ellas, sino como a través de mí. En realidad ni siquiera se miraban la una a la otra, parecían caballos con orejeras, condenadas a mirar siempre de frente. Por ello, cuando escuché aquel ultimátum, tuve que estudiar atentamente cada una de las palabras contenidas en la frase: ¿iba dirigida a mi?, o, en cambio, ¿a una de las hermanas? y, en tal caso, ¿a cual de ellas?, La verdad es que nunca supe de qué boca había salido la sentencia.

Para no herir sus sentimientos pidiendo explicaciones, recorrí con la memoria cada detalle que recordaba de aquel único día que podríamos decir que tuve algo con ellas: el fin de año pre siglo XXI.

Los padres de las gemelas, como buenos alemanes, se habían marchado cuatro días a las islas Canarias y habían confiado la custodia de la casa a éstas no sin animarlas a organizar una fiesta en ese día fatídico:

-- Con que dejéis todo limpio, a nosotros nos parece bien. ¿Por qué no invitáis a Madga? Seguro que así conocéis gente y además os controla un poquito.

Dicho y hecho, cuando Elke y Anna me lo pidieron, no me lo podía creer, ¡era justo lo que nos faltaba, una casa! Invité a Barbara, Amaya y Ruth, más conocidas como las tres “Godivas”, por su pasión por el chocolate, indudablemente, pero sobretodo por su afición a los placeres carnales. Además invité al profesor de tenis, Gonzalo, protagonista de innumerables leyendas amorosas del barrio, el no menos camelador Jaime, hermano de Ruth, que hechizaba a todas con sus pinturas y gravados, el revolucionario Gorka, ventiañero que reivindicaba todavía los valores del Che, y el no menos colosal Ivan, pivot titular absoluto del equipo de baloncesto de mi pueblo. ¡Uno para cada una! Era perfecto.

La fiesta trascurrió como todas las bacanales que incluyen los siguientes ingredientes: fogosos chavales, chicas lúbricas y alcohol mezclado con otras bebidas etílicas meticulosamente combinadas por el respectivo depredador.

Me acuerdo que estaba hablando con Jaime en el sofá rojo del salón, el mismo sofá donde las gemelas se sentaban a leer durante mis clases, compartiendo un libro, rigurosamente unidas. De hecho, estábamos hablando de ellas dos, del sincronismo de sus movimientos, decíamos que parecían las olas de un mar representado en el escenario de un teatro de barrio, hablaban como acunando su timidez, como las sombras chinescas de un dromedario que vagasen por el pasillo. Reímos pensando que un imán las mantuviese unidas en un estrecho paralelo. Pero sobretodo bromeábamos sobre el hecho de que seguramente, todavía a aquella edad, iban juntas al baño. Y así hicimos el siguiente pacto: Yo entraría al baño cuando ellas estuvieran dentro para contárselo a Jaime. Quería observarlas mientras hacían pis,¡no podían hacerlo al unísono!

En realidad había olvidado ya nuestro acuerdo cuando Jaime me tocó el muslo. Por inercia, me levanté tambaleando, sonreí a mis cuatro presas y girándome hacia Jaime le hice Ok con el pulgar de la mano derecha. Efectivamente vi que habían entrado en el baño. Estaba borracha por lo que me pareció justificado abalanzarme dentro. Y ¡Entré!... ¡pero me pareció intuir que aprobaban mi presencia! Su tez resplandeciente como la luna y su carne blanda como el tocino tembló y se tensó dura como la piel de un delfín. Visto y no visto, se me echó encima y me encontré sumergida entre los brazos de una medusa bicéfala que me lamía, lamía mi cuerpo ávidamente, como una perra a su cachorro recién nacido. Me sentí confusa, vencida, despedazada como las costillas de una vaca en manos de un carnicero cuchillo en mano y sucumbí al placer de estas dos hambrientas sirenas...

Estos y no otros son los indicios que encontré en el fondo de mi taza de té aquel día, pero jamás me habría imaginado que las gemelas pensasen en ese episodio como en el inicio de nada. Aunque lo que más me apremiaba era entender si en aquel “otras” se incluyesen los hombres, ya que huelga decir que me gustaban, ¡tanto! Sin embargo callé y me ahogué en la mirada de mi medusa bicéfala.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Umm!!! Todo un placer recorrer los sinuosos caminos de pasiones escondidas... Cerrar los ojos y volar por los secretos de Elke, Anna y Madga...No nos dejes mucho tiempo sin tus historias.
En Voz Alta y Pelo Largo ha dicho que…
Muchas gracias, Blas. Lo intentaré. Últimamente estoy temerosa a la hoja en blanco, pero la venceré. Oye si quieres contribuir a los relatos estrellados de la cadena ser, ¡bienvenido seas!

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